Arrástrame al silencio
que calma el corazón,
a los ojos de
aquellas estatuas
lloraré sin razón.
Arrástrame lejos del fuego
que me hace cenizas,
concédeme con besos
restos de una fe marchita.
Arrástrame a la belleza
de aquellos ojos fijos
que irradian pureza.
Arrástrame frente a la Cruz,
para sentir el calor
de la sangre ajena,
sentir que no fue en vano
la gloriosa pena.
Arrástrame al confesionario,
temo que he pecado...
temo que me he salvado.
Arrástrame a la Iglesia,
donde seré creyente
de una fe ajena.
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